Con 100 bolívares en el Cairo

Marzo 2021.

Salimos en bus desde Sharm El Sheikh hasta el Cairo, el paisaje es monótono desértico. Para llegar al paradero el chofer toma la salida de la autopista en sentido contrario. Los baños están limpios, hay souvenirs y nescafé. Retomamos la ruta, los carteles anuncian que estamos próximos al Canal de Suez.

Nos encontramos con la ciudad más poblada de África, unos 20 millones de habitantes. Nos reciben muchísimos edificios,  da la impresión que sus habitantes pueden tocar los carros que pasan por la autopista desde sus ventanas. Luego vemos una marea de gente caminando en los canales de la autopista. Es surrealista, medio apocalíptico, parece ciencia ficción.

Nuestro hostel está en el último piso, de un edificio viejo, mal mantenido y con un ascensor solo para aquellos que tienen fé. La terraza donde desayunamos durante una semana tiene algunas matas y me recuerda el Silencio en Caracas. Estamos en pleno centro, a dos cuadras de la plaza El Tahrir, escenario de la revolución egipcia del 2011.

Aprendí a leer los números en arabe para poder identificar las placas de los Uber. Varias veces después de reservar un Uber, el chofer no aparecía. Dos posibilidades, por el tráfico le tomaba mucho tiempo llegar o lo hacía deliberadamente, pues cuando el cliente anula, ellos igual cobran el precio de la carrera mínima. Al parecer es una práctica común, confirmada por otros visitantes. No es sencillo andar por el Cairo, no hay aceras, hay mucho tráfico,  pocos taxistas hablan inglés, explicar el destino y negociar el precio termina siendo agotador al final del día.

El Cairo es agobiante, ruidoso y sucio, pero también sumamente fascinante, un viaje en el tiempo, medido en unidades de siglos, con épocas épicas protagonizadas por los faraones, Saladino, Bonaparte y Agatha Cristie, entre otros.  Hay mucho que ver: el Barrio Coptico, donde se refugiaron José y María con el niño Jesús, la Isla Gezira, el barrio más chic y moderno, el impresionante Monasterio de San Simón, también conocida como la Iglesia de la Cueva en el barrio de los recogebasura,   el incontournable Museo Egipcio y el Cairo Medieval, por donde comenzamos nuestra visita.

El Cairo Islámico es famoso por ser una  de las muestras de la arquitectura islámica de la edad media más extensas del mundo. Comprende la inmensa y magnífica Ciudadela de Saladino, con unas vistas espectaculares, desde donde se divisan las pirámides de Giza  bellas e imponentes  mezquitas  y la impoluta Universidad de al-Azhar,  la segunda universidad más antigua del mundo, impresiona  por lo limpio y blanco del lugar, dentro de una ciudad tan polvorienta. 

Entramos al casco histórico por una de las puertas de la muralla que da acceso a la calle Al-Muizz,  una de las más antiguas e importantes. Llegamos a visitar el complejo Qalawun, una serie de edificios: mausoleo, mezquita, madrasa (escuela) y hospital. Michel abre su billetera para pagar la entrada y el funcionario percata unos billetes marrones (Michel siempre viaja con bolívares, “para todo lo demás existe Mastercard”). Hay pocos paneles explicativos, pero siempre aparece alguien para mostrarte algo especial, supuestamente no abierto a todo el público a cambio de un baksheesh, una propina. Al final de la visita de uno de los edificios, el guardia nos pide su baksheesh. Quiere un billete con la cara de Simón. Nosotros nos sonreímos y le explicamos que son de Venezuela. El guardia insiste y bueno lo complacimos. En el  siguiente edificio, otra persona nos sirve de guía voluntariamente. Al terminar, nos pide su  baksheesh, quiere el mismo billete. ¿Cómo lo supo ? Nos reímos. Michel sacó otro marrón.

Seguimos caminando por el deslumbrante y denso bazar Khan el Khalili, hicimos una pausa en El-Fishawy, la mítica cafetería de los espejos, donde el mismísimo Bonaparte tomó café.

En la calle, nos saludan Welcome to Egypt! y nos preguntan, Where are you from?  Muchos son guías turísticos no oficiales, buscando clientes, para llevarles a un minarete a cambio de un baksheesh.  Michel acepta, pasamos por un laberinto de callejuelas, entramos en una pequeña mezquita, desde donde alcanzamos un recóndito minarete.  Arriba pudimos contemplar exclusivamente los colores ocres del Cairo, con la luz de la tarde. Esta vez el pago fue en libras egipcias (LE).

Logramos negociar un taxi para visitar el parque Al-Azhar, llegamos más pronto de lo esperado pero nos encontramos del otro lado de la avenida, vemos en nuestro GPS que es necesario rodar 1km antes de poder dar la vuelta en U, hay muchísimo tráfico. El taxista se estacionó en la mitad de la avenida, si en el canal rápido, nos bajó del carro, nos tomó a cada uno de una mano, como a dos niños  y nos cruzó corriendo hasta la entrada del parque.

El Parque es un oasis de paz, literalmente un espacio verde, un hermoso jardín, que contrasta notablemente del bullicioso y frenético centro. Vemos familias y grupos de jóvenes recreándose apaciblemente.  Disfrutamos de la calma,  inventariando todas las emociones del día en este bello lugar.

 Definitivamente hay cosas que el dinero no puede comprar.

NOTA: En el año 2008 el billete de 100 Bolívares (Bs) de Michel equivalía a unos 15 euros, la moneda venezolana se ha devaluado tanto, que hoy en día el “marrón” no tiene valor monetario.

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